Creo que formo parte del reducido grupo de espectadores que no se ha deleitado con «La forma del agua» de Guillermo del Toro. Pero me voy a explicar, que no a justificar.
La fábula de amor anfibio presentada por del Toro contiene un gran mensaje que llega a todos los niveles y es que las personas excluidas de una sociedad dominada por las cosas bellas también pueden y se enamoran «a lo bestia». Precisamente uno de los protagonistas de esta historia de amor es un «monstruo» que sólo puede vivir en el agua y que es salvado tanto a nivel físico como emocional por Elisa, una chica de la limpieza muda y con pocos amigos. Brillantemente interpretada por Sally Hawkins, esta joven vive en un diminuto apartamento de estética Amélie pero mucho menos naïf.
Con la Guerra Fría de escenario, en el laboratorio donde trabaja Elisa llega la extraña criatura, una especie de hombre anfibio similar al monstruo de la laguna, un proyecto secreto con el que el Gobierno pretende adelantar a los rusos en la carrera armamentística. A cargo del experimento está el agente Strickland, Michael Shannon. Pura encarnación del hombre autoritario: engreído, misógino, violento y poco dado a escuchar a los demás. E, ironías de la vida en un laboratorio de máxima seguridad también se tiene que limpiar y ahí es donde Elisa entra en contacto con el monstruo. También es donde empieza una historia de amor y sexo (sí señores, Del Toro no se corta a la hora de mostrar el apareamiento de un humano y un anfibio) que se convierte en algo poco visto hasta ahora.
Pero el quid de la película y hacia donde deriva toda la historia es en el acercamiento de estos personajes, primero a través de la curiosidad y luego más allá del raciocinio. El director, muy acostumbrado a las películas de fantasía y ciencia ficción, ahonda más en los sentimientos de la pareja. Se trata de un film más cercano a «El laberinto del fauno» o de «La Cumbre Escarlata» que a «Hellboy«, por ejemplo.
Ganadora en los festivales de Venecia, Toronto, Globos de Oro a mejor director y banda sonora y nominada a 13 oscars, La forma del agua acaba siendo un cuento entrañable y melancólico, bien rodado pero excesivo en metraje.